Michel Piccoli Muere el legendario actor francés a los 94 años
Michel Piccoli Muere el legendario actor francés a los 94 años en sus más de 70 años de trayectoria, este actor, productor y director participó en más de 200 producciones y ganó el premio al mejor actor del Festival de Cannes. Considerado uno de los grandes nombres del cine francés del siglo XX, falleció el pasado día 12 a los 94 años, según ha confirmado este lunes su familia a medios locales.
Protagonista de inolvidables papeles en clásicos del cine como Le mépris (1963), de Jean-Luc Godard, Bella de día (1967), de Luis Buñuel, o La gran comilona (1973), de Marco Ferreri, ha fallecido debido a un 'accidente cerebral', según un comunicado de la familia remitido a la agencia AFP.
Debutó en el cine con 24 años en Le point du jour (1949) de Louis Daquin. En el 56 conoció a Luis Buñuel, y con el tiempo se convertiría en de los actores fetiche del genio de Calanda. Trabajó con él hasta en cinco ocasiones en Diario de una camarera (1964), Bella de día (1967), La Vía Láctea (1969), El discreto encanto de la burguesía (1972), y El fantasma de la libertad (1974).
Fue también uno de los actores preferidos de cineastas como Claude Sautet con quien trabajó en Las cosas de la vida (1970), Max y los chaterreros (1971), Mado (1976) y Tres amigos, sus mujeres... y los otros (1974). También de Marco Ferreri, con quien colaboró en Dillinger ha muerto (1968), No tocar a la mujer blanca (1974) y muchos otros filmes.
También productor, director y guionista, deja tras de si un rastro de 200 producciones en más de 70 años de carrera, además de trabajos en la televisión y el teatro, y multitud de premios, entre ellos el de mejor intérprete masculino en el Festival de Cannes de 1980 gracias a Salto al vacío, de Marco Bellocchio.
Michel Piccoli Muere el legendario actor francés a los 94 años
Mítico y, sin embargo, tan cercano que se diría que todo en él se antojaba perfectamente lógico. Entre el mito y el logos, pues. En sus memorias publicadas en 2015 ('J'ai vecçu dans mes rêves' o Yo he vivido en mis sueños) y coescritas de la mano del que fuera también legendario jefe en el Festival de Cannes Gilles Jacob, hablaba de sí mismo y de su trabajo con una modestia que, a fuerza de inmodesta, acababa por resultar rigurosamente creíble. Pasa pocas veces. "Conseguir sorprender con mi trabajo sin pretensiones y con sencillez fue mi ideal. Soy un niño eterno, feliz de contar una historia. Darle vida a un texto me da un placer increíble, y siempre me ha sorprendido vivir esta extravagante profesión. ¡Actuar es muy extraño! Primero tienes que trabajar mucho, luego debes comenzar a jugar/actuar y ya no hay vuelta atrás", dejó escrito y, de alguna manera, es difícil no ponerse de su lado. Michel Piccoli (París, 1925-2020), como Mastroianni o Fernando Rey, por poner dos ejemplos cercanos y universales, hizo de la transparencia, de su imperceptible y evidente saber hacer su sello y su grandeza. El 12 de mayo a causa de un derrame cerebral, informa AFP, se sabía que el actor francés moría a los 94 años y ya desde hace tiempo alejado de la escena. Se quejaba de que, por culpa de los seguros y de una memoria quebradiza, no le dejaran seguir haciendo lo que más le divertía.
Repasar su filmografía es pasear por todas las revoluciones del cine moderno. Su primer papel de relevancia, de hecho, fue desde el primer fotograma una revolución. 'El desprecio' (1963), de Jean-Luc Godard, es la más evidente declaración de intenciones que el cine ha hecho jamás de sí mismo. O, por no exagerar, una de ellas. Aterrizó en la película al lado de Brigritte Bardot con casi 40 años cumplidos y después de una extensa carrera en el teatro y de haber trabajado con gente como Jean Renoir, Jean-Pierre Melville y con uno de sus directores de referencia en el futuro inmediato: Luis Buñuel. Cuenta el actor que el equipo excepcional, con la mentada BB, el icono Fritz Lang y el "despreciable" Jack Palance, trabajó con alegría, "pero con una excepcional severidad". Y es ahí, en el divertido ejercicio de concentración en el que, por lo visto, consistió el rodaje se puede dar con la clave entera de un intérprete que siempre se mantuvo atento, esforzado y grave a que jamás se le notara ni el esfuerzo ni la gravedad.
Claude Sautet le tuvo como fetiche y arma arrojadiza contra el hombre medio de una sociedad mediana que se desmorona. Sus papeles en 'Las cosas de la vida' (1970) o 'Max y los chatarreros' (1971) dan la medida exacta de esos personajes introspectivos sin pretenderlo, profundos en la liviandad de sus modales. De paso, ahí coincidió con Romy Schneider, una de sus pasiones, que no necesariamente de sus amantes. Con Buñuel compondría algunas de sus películas más relevantes. De los dos. Y para el recuerdo, ese Marqués de Sade extraño, distante y, de nuevo, tan reconocible que asusta. Y divierte. En el año 1956 coincidió por primera vez con el aragonés en 'La muerte en este jardín', película protagonizada por Simone Signoret. Y luego le siguieron a lo largo de las décadas de los 60 y 70 'Diario de una camarera' (1964), 'Belle de jour' (1967), 'La vía láctea (1969), 'El discreto encanto de la burguesía' (1972) y 'El fantasma de la libertad' (1974). De todos los actores franceses, ninguno tan de Calanda como el parisino Piccoli.
En su biografía se refiere a su infancia como la herida más profunda. Le cuenta a Jacob y a los lectores que nunca se sintió amado por unos padres artistas que le convirtieron en el sustituto de su hermano mayor fallecido. Todo lo que hizo, lo hizo contra o peor que el hermano que no llegó a conocer. Y eso no sólo forjó su carácter sino que modeló tanto su tristeza extraviada como su modo de entender la profesión. Llegó a ella por pura pasión y por no querer ser lo que sus padres, los dos músicos y violinistas, querían de él. Y ahí se quedó convencido de que actuar es jugar. Por eso en francés el verbo es el mismo: jouer. "A lo largo de mi infancia, siendo hijo único, hubo un fantasma conmigo", recuerda el actor. Con él creció y contra él se hizo actor.
Por las más de 200 películas que componen su filmografía, se repite con una recurrente normalidad el retrato del burgués que claudica, del hombre por fuerza acomplejado que no es capaz de entenderse con una masculinidad estéril y fuera de norma y de época. Así es en 'La gran comilona' (1973), de Marco Ferreri, y en 'Tamaño natural' (1974), de Luis García Berlanga (con el que, ya muy al final, volvería en 'París-Tombuctú'). Pero por encima de definiciones y aspavientos, lo que hace único es su capacidad de ser él mismo siempre independientemente de con quien trabajara. Y lo hizo con todos. Con los ya citados y con Costa-Gavras, Hitchcock ('Topaz', 1969), Manoel de Oliveira, Nanni Moretti (inolvidable su papa en 'Habemus papam'), Leos Carax o con Agnès Varda. Piccoli siempre hacía el mismo papel convencido de que la mayor de las simplicidades es la única complicación aceptable.
"Preferiría ir desapareciendo poco a poco... ¡y no morir nunca!", escribe en sus memorias. Quién sabe si ése no sea el verdadero destino de cualquier actor: desaparecer en cada uno de sus personajes... ¡y no morir nunca! Entre el mito y el logos, asediado por la contradicción de llamarse Piccoli siendo el más grande.