Pienso en el final, la nueva película de Charlie Kaufman ya en Netflix
En el trayecto cada uno vive sus propias introspecciones. Ella tiene una intensa vida interior y él vive atormentado y con baja autoestima por causas que no se conocen. Al llegar al destino, todo se sale de control, pero no por el comportamiento deschavetado de alguien, sino por un desconcertante desorden del tiempo y el espacio, que trastornan constantemente las situaciones que pasan en esa casa, dentro de la cual se vive en una dimensión extraña.
Lo que se ve en ‘Pienso en el final’ (I’m thinking of ending, 2020) es como el ingreso a un tobogán de insanidad que demanda total atención y que es difícil de explicar. Estrenada en Netflix, la cinta repasa una serie de acontecimientos evidentemente alucinatorios, que parecen ser una alteración de conciencia de alguien, aparentemente de él, Jake (Jesse Plemmonds), que es acompañado en toda la travesía por una chica sin nombre, supuestamente su novia (Jessie Buckely).
Aunque se presenta como una cinta de terror psicológico, la película más bien parece un rompecabezas de un universo paralelo, en el que habitan personajes y situaciones emergidos de la mente retorcida y brillante de Peter Greenaway y David Lynch, con un toque de Stephen King y envuelto por la narrativa enigmática, deslumbrante y frecuentemente abstrusa de Kaufman.
La historia se segmenta. El viaje en auto, en ida y vuelta, da la oportunidad para que los personajes reflexionen, divaguen y expresen de una forma poética lo que piensan que es el ser y lo que es el deber ser. Pero la larga e inquietante escena en la casa es un reto exhaustivo sobre el orden en el que se desarrollan los acontecimientos. Lo que parece una cómica cena de locos, con Toni Collette y David Thewlis (geniales) como volubles anfitriones, se torna una pesadillesca velada, en la que todos los personajes se transforman en seres de inexplicable ubicuidad y con habilidades para desplazarse entre épocas, mientras ella, insegura de su raciocinio, observa una danza de hechos que no atina a explicar.
Aunque ella es la que parece habitar en un espacio de la realidad que se deforma, como los sueños de dimensiones grotescas, no queda claro si es ella la que es pensada o si todas las visiones de pesadilla se fraguan en su psique torcida.
Al final, en la escena de la escuela, ingresan aún más elementos que le agregan caos a la progresión dramática, buscando un final que parece absurdo, pero que puede ser una recompensa para sueños que alguna vez pudieron ser y que se materializan, tristemente, en soledad. Pero simultáneamente puede ser una celebración en la que parece haber decenas de invitados que han sido afectados de una extraña manera por el tiempo.
‘Pienso en el final’ es una cinta que necesita una segunda lectura y explicación, aunque es, por demencial, altamente disfrutable.
Pienso en el final: el surrealista resplandor de la mente de Charlie Kaufman
En medio de la cuarentena, con un público demasiado receptivo, el catálogo de Netflix ha ido sumando varias series y películas que se amoldan al sinónimo de simple entretención. Un esquema que el estreno de Pienso en el final viene a romper definitivamente.
Un largometraje difícil de encasillar en un género y que reafirma al guionista y realizador neoyorquino Charlie Kaufman (Eterno resplandor de una mente sin recuerdos) como uno de los narradores cinematográficos más singulares del último tiempo.
Y como ya lo hizo al adaptar la novela El ladrón de orquídeas, de Susan Orlean -dando al guión varios elementos de su propia imaginación-, en Pienso en el final Kaufman toma como base el libro homónimo del canadiense Iain Reid y le impregna mucho de su fantasía.
Una historia que se inicia de manera simple: con una joven mujer (Jessie Buckley) esperando a que su novio (Jesse Plemons) de hace algunas semanas la pase a buscar, para emprender viaje en automóvil a la granja donde él creció y todavía viven sus padres.
Pero a los pocos minutos del relato no solo cae una fuerte tormenta en la carretera, sino que el ambiente a bordo del automóvil se vuelve extraño. La conversación entre Jake y Lucy, como se le conoce a ella inicialmente, se pone tensa y se ubica al filo del tedio.
Y mientras ella se sumerge en sus pensamientos -donde siempre “piensa en el final”-, él busca algún tema de conversación en torno a lo talentosa que la encuentra o cómo lo sorprende gratamente el extenso poema que le acaba de recitar.
Un relato oscuro y surreal
Un incómodo trayecto que culmina al arribar a la granja de los padres de Jake en medio de la nieve. Aquí, reciben el saludo de su madre desde una ventana, mientras él invita a Lucy a conocer el establo, que alberga ovejas congeladas y una trágica historia sobre los cerdos.
Todo se vuelve aún más confuso dentro de la casa, luego de ser recibidos con cordialidad por los humildes dueños del lugar (Toni Collette y David Thewlis) e invitados a cenar. Instancia donde, entre risas nerviosas, Lucy habla de cómo se conocieron con Jake.
Y también surge una nueva profesión para ella -quien de ser viróloga y luego física ahora es pintora- además de otros nombres -Louisa, Lucía-, como también la incomodidad de Jake y un extraño cambio temporal, con sus padres pasando de ser maduros a ancianos.
A lo que se suman distintas escenas, a lo largo de la trama, en las que se ve a un viejo conserje (Guy Boyd) que trabaja haciendo aseo en una secundaria y que de alguna forma se relacionaría con Jake y su familia, tal vez en el pasado o el futuro, o solo en su mente.
Todo lo que lleva al espectador a un recorrido cargado de surrealismo y meditación, que se asemeja a esos sueños al borde de la pesadilla, donde volvemos real lo anormal y atemporal; y que, a diferencia de la novela, se encamina a un final aún más laberíntico.
Lo que convierte a Pienso en el final en una cinta imperdible para seguidores de Kaufman, en especial en su doble papel de guionista y director -como en Nueva York en escena y Anomalisa-, y todos los que acepten el desafío de una compleja y a la vez alucinante película.